Paso Portezuelo de la divisoria "Chalten-Villa O´higgins"

Portezuelo 2

Una pequeña senda de barro y raíces sube en medio del bosque. Un mosquito se me posa en la frente, pero las manos ahora están muy ocupadas empujando, intentando ayudar al resto del cuerpo que aunque parezca algo chico y flacucho, siempre saca fuerzas de algún rincón terriblemente testarudo y empecinado que me permite dar otro paso más. Y el mosquito que pique nomás, ahora estoy ocupada.
Arriba me espera Javi, saca fotos y se ríe, me dice: ” Vamos Sol, dale!!! ” Y yo sigo empujando concentrada y contenta. Porque se que mientras bajo la mirada, mientras los pies avanzan un poco más y la transpiración me cubre la cara. Javi me sigue mirando sonriente y seguro de que voy a llegar.
Se llama Paso Portezuelo de la Divisoria, pero pocos saben su nombre real porque se lo conoce como el cruce O’higgins. Une el pueblo del Chaltén en Argentina con el de Villa O’higgins en Chile y para poder realizarlo hay que cruzar 2 lagos y hacer un trekking de 8km por el bosque.
Eran muyyy pasadas las 12 del mediodía cuando salimos de El Chaltén rumbo al Lago del Desierto y el barco que nos cruzaba a la punta norte del Lago salía a las 16.30hs. Teníamos 38 km de ripio por delante y 4 horas para llegar: “Hay que pedalear. Si pedaleamos llegamos. Como vos quieras Sol”. Yo ya sabia perfectamente a qué se refería Javi cuando decía “Hay que pedalear” con los ojos que se le saltaban para afuera del entusiasmo. Definitivamente había que intentarlo. “Lleguemos al barco” fue la única respuesta que se me ocurrió podía darle. A partir de ese momento nos subimos a las bicis y como si con el simple hecho de decirlo se activaran todos juntos los mecanismos de nuestros motorcitos internos, nos fuimos alejando de El Chaltén mucho más rápido de lo que hubiéramos imaginado.

Atrás quedaban 15 días en El Chaltén que particularmente me marcaron profundo. En los que tuve la posibilidad de caminar aquellas montañas con mi papa, despues de un año de tener que nombrar la palabra cáncer más veces de lo que hubiéramos querido. Mientras un aparato de rayos, el cuerpo  y el miedo a la pérdida, se transformaban en una de aquellas imágenes que congelaban el tiempo: Mi papá se paraba firme, con las manos en los bolsillos por el frío, estiraba el cuello y sonreía como un nene, con una sonrisa eterna y de ojos brillantes mirando un glaciar. Y yo me la guardaba bien adentro por el resto de mi vida.
Atras tambien quedaba una casa que se iba levantando entre ladrillos, cemento, cal y todo el amor inabarcable de dos padres por su hija, de una pareja construyendo una vida juntos, de una nena dulce y hermosa soñando con una habitación del color de las jirafas y de una amistad que me hace decir gracias en voz baja mientras escribo. Que creció desde los 8 años en el aula de una escuela, hasta un pequeño e insignificante ladrillo puesto en una casita de El Chaltén.
Disfrutar de mi papa en uno de sus rincones del mundo favoritos, luego de un año difícil de estar peleando contra el cáncer y poder ser parte y testigo de un momento tan importante en la vida de Evan mi gran amiga, mientras se hacia su casita en El Chalten, tambien se habian convertido en parte de este viaje. De estos Andes en bici que no paran de movilizarnos y regalarnos oportunidades.

 

 

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Eran las 16.15 cuando llegamos al Lago del desierto muy sonrientes y cansados, justo a tiempo para tomar la balsa. Y a partir de ese momento fue cuando el cruce dejó de ser de dos para multiplicarse por 4. Con Jime y Andrés nos conocemos desde el 2014. La relación primero fue virtual, pero de a poco los caminos, las elecciones y la visión del mundo empezó a juntarnos y para cuando nos dimos cuenta ya estábamos ideando viajes juntos. Pero ellos tenían su proyecto, nosotros el nuestro y las rutas no coincidían. Hasta esa tarde en el Lago del desierto frente a la balsa que nos llevaría hacia la otra punta del Lago y a lo que serian unos dias de risas y recuerdos juntos.

Para llegar a la punta norte del Lago del desierto que es donde se encuentra el puesto de gendarmería Argentino, se puede optar por dos alternativas: Hacerlo en un barco que demora unos 40 minutos, o rodear el lago a lo largo de un trekking de 12 km por el bosque. Nuestra primer reacción por supuesto, fue entusiasmarnos con el trekking y descartar la balsa. Pero apenas nos pusimos a averiguar un poco más sobre el sendero, no hubo ninguna persona de las que lo habían recorrido caminando, que nos insentive a ir con las bicis. Segun decian, era un sendero exigente para trekking, con caminos muy angostos y saltos de agua que lo cruzaban, por lo que las bicis podian llegar complicar demasiado el avance. Asi que despues de seguir insistiendo y averiguando un poco más, nos decidimos finalmente a tomar el barco. Estábamos al principio de la temporada, aún no teníamos experiencia en bosque y aunque sabíamos que no era algo imposible de hacer, de a poco íbamos aprendiendo que la búsqueda del equilibrio trata también de humildad y de aprender a decir que no cuando las condiciones no nos acompañan.
Por eso esa tarde subimos al barco, pero para ser totalmente sinceros, mientras tomábamos un chocolate caliente, cómodos y mirando por la ventana, no pudimos evitar por momentos ir con la vista clavada en la costa, intentando descubrir por dónde iría el sendero, en que parte subiría o se pondría intransitable. Era normal y no era la primera, ni la última vez que nos pasaba: La eterna melancolía por lo desconocido.

Si hay algo que nos moviliza en esto de andar recorriendo y cruzando la cordillera 43 veces, es todo lo que podemos descubrir y aprender al mismo tiempo. Después de nuestra primer temporada de tres meses en los Andes del norte, sabíamos cómo desenvolvernos en altura con tormentas eléctricas o aludes. Habíamos perdido el miedo al desierto, la falta de reparo y agua, lo inhóspito de sus distancias.Pero ahora estábamos en la otra punta del mapa y una vez más nos sentíamos unos novatos frente a una montaña distinta de la que había mucho por entender. Así salimos esa mañana desde el puesto de gendarmería hacia Candelario Mancilla, con el entusiasmo y la curiosidad por lo nuevo. Improvisamos un bikepacking casero porque teníamos varias horas de trekking por el bosque, con subidas angostas y en las que suponíamos íbamos a tener que cargar la bici en más de una oportunidad. Vaciamos las alforjas traseras, las pusimos adentro del bolso estanco y nos cargamos las mochilas con el mayor peso posible, para que la bici quede más liviana y maniobrable. El gendarme nos mostró la dirección que teníamos que tomar y fue solo hacer algunos pasos para que el camino se vuelva una pequeña senda en subida de tierra y raíces. Alrededor nuestro el bosque se cerró tapando todo el cielo, el mensaje parecia claro, entrabamos en su reino. Era un reino que nos cargaba de un sentimiento ambiguo e intenso, en aquel túnel de verdes y ramas nos sentíamos protegidos, como si todo ese frondoso y húmedo bosque estuviera ahí para abrigarnos, repararnos del viento y la lluvia, ofrecernos arroyos de agua, enamorarnos definitivamente. No importaba hacia donde miremos, cada uno de los elementos que nos rodeaba era tan perfecto, que la ubicación en tiempo y espacio podian desaparecer en el instante exacto en el que un rayo de sol iluminaba una telaraña, dejándonos hipnotizados y sonrientes.
Pero si por alguna razón la senda llegaba a desaparecer, o si tal vez el camino se dividía y no sabíamos por dónde continuar, entonces, aquel mismo mundo que nos cobijaba entre árboles infinitos, parecia atraparnos, convirtiéndose en un inquietante laberinto del que desconociamos la salida. No era culpa del bosque, eso lo sabíamos muy bien, tan solo era el comienzo de una nueva adaptación, el inicio del aprendizaje.Tal vez por eso los cuatro habíamos coincidido en tomarnos esos kilómetros con calma, no había porque apurarnos. Nos encontrábamos en medio de todo lo que habíamos deseado y era solo nuestra la responsabilidad de ser conscientes y disfrutarlo.
Subimos con la transpiración pegada al cuerpo, lento y entre risas. Porque alguno se quedaba trabado en las raíces y había que rescatarlo. Porque mi frente era una roncha deforme de picaduras. Porque los músculos cada tanto se cansaban de empujar, pero la risa siempre cura todo. Cruzamos 1 arroyo con sumo cuidado y paciencia, pero despues cruzamos 2, 3, 4 arroyos más y lo que había empezado con una revisión minuciosa de cual seria la mejor forma de vadearlo, se volvió un desparramo de saltos improvisados y agarremos por donde sea. Jugar. Cuando eramos chicos no había absolutamente nada que pueda ser más importante. Me recuerdo con mis hermanos comiendo a las apuradas o esperando con impaciencia que se pase la hora de la siesta, con el único y fundamental objetivo que movia nuestra pequeña existencia. Jugar.
Si a los 8 años nos hubieran puesto a los 4 con nuestras bicis en medio de un bosque lleno de barro, raíces, subidas y puentes de troncos, estaba claro en que hubiéramos ocupado el tiempo. Ahora eramos 4 adultos, pero hacía rato habíamos decidido tomarnos las cosas importantes con total responsabilidad. Teníamos tiempo y un bosque increíble. No había dudas que era lo que teníamos que hacer:
Volver a tener 8 años.

 

“huet..huet..huet…huet!!!”
Apenas lo escuchamos empezamos a buscar por todas partes hasta que apareció. Dio algunos saltitos, de una rama al barro, del barro a un tronco y se acerco a nosotros. huet..huet…siguió insistiendo. Era chiquito, con los ojos grandes y oscuros y no dejaba de repetir su nombre. Nos quedamos quietos para no asustarlo, porque sabíamos que usualmente permanecen escondidos, pero  nuestra presencia parecia no importarle demasiado y hasta nos daba la sensación de que era el quien nos estaba observando a nosotros. Que suerte la nuestra!! nos habíamos encontrado con el Huet-Huet más curioso de la Patagonia y había decidido salir a presentarse:
El Huet-Huet, es un ave de 22cm que habita el bosque andino-patagónico y la selva Valdiviana. Tiene patas bastante largas, adaptadas a la vida en el suelo. Es buen caminador, vuela poco y su coloración mimética lo protege de sus depredadores.
Dejo que lo grabemos, le saquemos fotos y cuando creyó que ya había hecho lo suficiente, desapareció. Guardamos el equipo y seguimos avanzando felices, con el oído más atento y la sensación de que no solo el Huet-huet nos estaba observando escondido desde algún rincón .

Pasaron las horas, el hito no aparecia y el camino seguía jugando a los obstáculos: Por aca un árbol caído. Por ahí un mallín con mucho, mucho barro. Y el momento del: “che no llegamos más!!” de a poco empezó a tomar protagonismo. Hasta que a lo lejos vimos que el bosque se abría y la luz del sol entraba con fuerza. Llegamos al límite aproximadamente a las 4 de la tarde y a partir de ese punto nos habían dicho que empezaba la bajada y la posibilidad de poder subirnos a las bicis a pedalear. La  sensación de volver a deslizarnos arriba de nuestras bicicletas con el viento pegando en la cara fue extraordinaria, aunque no duró por mucho tiempo. Andrés nos esperaba a un costado del camino con uno de los pedales de su bici en la mano. Nos faltaban unos 14 km hasta Candelario Mansilla, tener que llegar caminando cuando podíamos pedalear, era la ultima opcion en la que queríamos pensar. Así que los chicos se pusieron a buscar soluciones, hasta que despues de intentar y  descartar todos los arreglos mecánicos posibles, Andrés la miró a Jime y le dijo decidido: “Vamos a tener que remolcar mi bici con la tuya” Todos pensamos que era un chiste, pero Andrés no se reía: “Necesitamos una soga o algo con lo que podamos engancharlas”agregó. Para cuando nos dimos cuenta ya estábamos nuevamente en camino a Candelario Mancilla con Javi y Andrés que habían descubierto en las bajadas y el remolque de bici un nuevo entretenimiento.

 

 

En el instante que lo vimos, creo que los cuatro tuvimos que respirar profundo y contener el aire por unos segundos. Lo merecía. El Lago O’higgins era uno de los turquesas más grandes e intensos que hayamos visto antes. Desde aquel momento una bajada fuerte y larga nos llevó hasta Candelario Mancilla. Pasamos por el retén de Carabineros, hicimos los papeles y preguntamos al carabinero por los horarios y días en los que venia la balsa que nos tenia que cruzar hasta Villa Ohiggins:
“Mañana al mediodía tendría que venir la lancha chica, pero si el tiempo sigue asi no creo que cruce, hay viento y el lago esta picado”, nos respondió.
Jose Candelario Mancilla Uribe fue el primer pionero que llego a poblar la zona en el año 1927 y en su homenaje bautizaron el lugar con su nombre.
“Era mi papá” Me dijo una anciana bajita y con cara de buena gente, mientras se acercaba a mi lado para ofrecerme un mate caliente y me señalaba una foto en blanco y negro que colgaba de la pared. La casa en la que vivía junto a sus 2 hijos, era de esas casitas de madera típicas de la Patagonia Chilena. Apenas entrabas, el calor del hogar prendido, sumado a la mezcla de olores a madera, pescado y pan casero, provocaban un efecto de embrujo del que era difícil querer salir. La hija y los nietos de Candelario Mancilla son los únicos habitantes de esa zona, tienen un terreno muy lindo y grande en el que armaron un camping para recibir a todos los turistas que pasan y necesitan un lugar donde dormir y también ofrecen habitaciones para el que no cuente con carpa o quiera descansar mejor. Venden pan casero, carne , vino, cerveza, desayunos y comidas. Desde que el cruce comenzó a ser transitado, encontraron en el turismo una herramienta más de subsistencia. Aman el lugar donde viven, me lo dijeron con una sonrisa grandota, pero apenas se los pregunté me di cuenta que no necesitaba la respuesta, se podía ver en sus ojos, en la paz que transmitían sin que hagan falta las palabras. Porque si hay algo que aprendí y envidio de la gente que vive en medio de la montaña, es la capacidad extraordinaria que tienen de comunicarse con movimientos, gestos o un simple mate caliente convidado en el instante exacto. Haciendo que el silencio deje de ser un momento incómodo para transformarse en el mejor lenguaje.
Al dia siguiente la lancha no vino y eso nos obligó a descansar y disfrutar sin culpas: Javi y Andrés se fueron a pescar mientras nosotras nos dormimos una larga y reparadora siesta.

Eran las 10 de la mañana y habia 2 opciones para llegar a Villa O’higgins. Cruzar el lago en una lancha pequeña y mucho mas economica que salía a las 12 del mediodía o esperar hasta las 6 de la tarde a que la balsa grande vuelva de hacer la visita que ofrecían al glaciar O’higgins y pagar varios chilenos mas. Con Javi no teníamos mucho que pensar, queríamos llegar lo antes posible al pueblo para poder salir a pedalear hacia Mayer que era el próximo cruce que nos tocaba recorrer, en cambio Jime y Andrés estaban con muchas ganas de conocer el glaciar.  Nos despedimos con la seguridad de que era el comienzo de muchos viajes juntos y volvimos a ser un equipo de 2.
Entramos a la lancha con Santos un ciclista Brasilero, Lutz un Aleman sacado de la segunda guerra mundial del que tendría que hacer un relato aparte, una pareja de Ingleses y otra de Chilenos jovencitos. El capitán gritó en voz alta a modo de advertencia “¿Alguien se porto mal? Porque el lago está enojado. Va a ser un viaje movidito” pero nadie le dio mucha importancia, al fin de cuentas era un lago. Ni el río, ni el Océano, sino un simple lago de aguas hermosas y transparentes. ¿Que podía salir mal?
-“hayhayhayhayhay…Quiero llegar…por favor..por favor..por favor…lo unico que quiero es pisar tierra firme” La lancha se levantaba en el aire y caía de punta, golpeando el agua con tanta intensidad, que era imposible pensar que esas paredes de fibra que nos rodeaban pudieran soportarlo mucho más. Nos agarramos de donde podíamos, hacíamos chistes ridículos para intentar suavizar el momento. Pero la lancha se levantaba y caía una y otra vez, provocando un estruendo espantoso que me revolvía las tripas.
-“Ni loca voy a cruzar el Atlántico en velero !!!”- le grite a Javi pensando para afuera.
-“¿Y cuando ibas a cruzar el Atlántico en velero Sol?”
-“Yo que sé, pensé que alguna vez en la vida” – Paaaffff!!! La popa de la lancha volvia a golpear con fuerza – “Ni loca cruzó el Atlántico en velero Javi, ni loca!!”
Los parlantes reproducian música con ritmos Mexicanos a todo volumen, transformando la situación de trágica a totalmente bizarra y Javi seguía con la mirada preocupada, agarrándose con fuerza del asiento, pero sin poder evitar que una carcajada se adueñe de su rostro.
-“jajaja Sol, mira en lo que pensas, vos sos un personaje!!!”
Después de 3 infinitas horas, la lancha se acercó al muelle y pudimos bajar. Me saque el chaleco salvavidas, pise el suelo con firmeza y mire el lago por última vez antes de salir a pedalear los últimos 8 kilómetros que nos separaban del pueblo. “Gracias” -le dije por lo bajo- para que solo el pueda escucharme. El hermoso O´higgins de aguas turquesas e indomables, me había dado para siempre una anécdota más que recordar.


Mis piernas giraban, subiendo y bajando un entretenido camino de ripio que bordeaba la montaña. Antes de llegar al pueblo cruzamos un puente muy grande en el que pudimos leer un cartel que decía “Rio Mayer”. Era el primer contacto con lo que estaba por venir y los dos pasamos despacio y mirando para abajo: Era ancho y sus aguas marrones pasaba con fuerza envolviendo todo el lugar con su sonido. Lo poco que sabíamos sobre el Paso Mayer era que la dificultad más grande que se no podía presentar serian los ríos que teníamos que vadear, sumado a que no había camino, ni senda marcada. Seguimos pedaleando hasta Villa O’higgins sin poder quitarnos la imagen y el sonido del río. Una sensación extraña nos cortaba la respiración, no era algo de la lógica, ni se podía explicar con palabras, pero se sentía claro e intenso en todo el cuerpo.
Mayer iba a ser una nueva y gran experiencia….

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6 Comments

  1. Se puede hacer por el paso Pehuenche y en invierno?

  2. É possível cruzar de moto pelo Paso Portizuelo de la Divisória ou somente a pé ou de bike?

    • Hola Cado! No, no es posible cruzar en moto por Portezuelo de la divisoria ya que hay un tramo de trekking por el cual una moto no podria pasar , así que es un paso que no tiene aduana, solo control fronterizo para caminantes o ciclistas. Abrazos!

  3. Hermoso relato!
    o sea que ese tramo fronterizo se ahce a pie ó en bici, nada mas!!
    Gracias!!

    • Gracias Daniela! Sí, exactamente como decís es un cruce que solo se puede hacer a pie o con bici. Saludos!

  4. Muy lindo relato, llegué a Candelario Mancilla en marzo de 2011, desde Villa O'Higgins fuimos en una embarcación del Ministerio de Obras Públicas, que llevaba maquinaria. Con un segundo viajero nos quedamos allí, y los otros tres siguieron hacia Lago del Desierto. Al día siguiente partimos nosotros, en mi caso carecía de mochila, así que cargaron mis cosas en un "pilchero", yo lo hice caminando, y apenas cruce el límite mis pies ya estaban mojados, al menos ese tramo es en bajada. Lo más difícil es para quienes cruzan de Argentina a Chile en bicicleta, antes de ese viaje había leído crónicas de lo titánico que se volvía transitar esos kilómetros. Iba con GPS y me sorprendió que fueran menos kilómetros de los previstos. Los dos primeros kilómetros saliendo de Candelario Mancilla son en trepada, después es prácticamente llano. Cuando partí temprano me desconcerté, ya que si bien se va hacia el sudeste, el inicio es en dirección noroeste, y el sol lo tenés a tus espaldas. Una bonita experiencia, éxitos en sus viajes, adiós.

    Daniel Antonio Menéndez * Río Grande, Tierra del Fuego, Argentina

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